ALL DREAMER’S JOURNEY
Un colombiano pasándose por “El Hueco”. Basado en una historia real.

Esta es la historia de un joven que cumplió su sueño, o bueno, de cómo logró dar aquel que sería el primer paso para alcanzar aquello que sería el denominado Sueño Americano: Encontrar un trabajo bien pago, ahorrar para una buena casa en su país y ayudar a su familia con lo de los servicios.

Luis, nuestro soñador, proviene de una familia humilde, tiene ojos azul celeste, cabellera abundante y enredada, estatura promedio, menudo. Sus amigos le llamaban el “gringo” (término que se usa para referirse a los nacidos en Estado Unidos), debido a sus facciones algo anglosajonas. Tendría unos veintitantos, piel bronceada por el calor de su patria, hambriento de conseguir el éxito de la noche a la mañana. Joven ingenuo. Uno de tantos. Nada extraordinario.

Por aquella época, en la década de los 80, viajar al… llamémoslo “El Paraíso”, estaba de moda. Resultaba relativamente sencillo cruzar la frontera desde México con ayuda de unos cuantos miles de dólares (moneda a la que también se le conocía como “verdes”). Los verdes para ese entonces valían casi el triple de la moneda nacional, por lo que resulta muy ventajoso recibirlos para gastarlos en Colombia. Es por esto que muchos se esconden de las autoridades gringas mientras dan con una identidad que les brindase un poco más de libertad para poder trabajar y ahorrar con tranquilidad.

Pablo, a quien Luis consideraba su casi hermano, fue el factor decisivo para lanzarse a tomar el riesgo. El ya se encontraba mucho más tranquilo viviendo en El Paraíso hace ya un par de meses. “Vení pa’ cá” dijo con un marcado acento de su tierra. “Solo pasarse es lo duro. Cuando entrés vas a ver que todo es botao. Los verdes lo pueden todo”. Luis abrazó a su madre, se despidió de sus hermanos, de sus amigos, de su casa, de su patria.
La trayectoria fue Colombia, México DF, Hermosillo Sonora, Nogales Sonora, frontera con Estados Unidos. En Nogales. Luis permaneció unos días en una casa de familia en donde dejó sus pertenencias y en especial sus documentos personales y cualquier cosa que pudiese identificarlo  en caso de que la policía lo detuviese.

El coyote, era el típico naco mexicano, quien se ganaba la vida pasando migrantes ilegales a El Paraíso. Le ayudaba el hecho de ser chicano (mexicano americano). Luis se encontró con este personaje quien a cambio de los verdes le dio las indicaciones a seguir: Cruzar las mallas rápida pero cuidadosamente, luego entrar al bar gringo y esperar. “Si yo corro usted corre, si yo paro, usted para”. Le dijo el coyote.

Luis corría tras el coyote intentando no mirar atrás, cualquier falla y los atraparían. “!Nos están viendo desde las garitas!” gritó Luis al coyote. “Seguí corriendo, cabrón” le respondió el. Llegaron a la malla. Luis temblaba de frio y de nervios. La malla parecía salida de una película de ficción. Los metros se multiplicaron y las concertinas parecían enredaderas con púas venenosas. Con una manta se protegieron, escalaron ágilmente y se lanzaron al otro lado. Aún no se explica como logró cruzarlo.
Caía la noche. Eran casi las diez y aún había un poco de luz de atardecer. “Entra a la cantina y pide una cerveza y unos cigarros mientras me esperas”. Luis siguió las instrucciones del coyote. Dentro le dieron la bebida y le indicaron donde estaba la máquina dispensadora de los cigarros. Quedó gringo[1] al encontrarla. Mientras se familiarizaba con la nueva tecnología, se le acercó otro chicano a ayudarle mientras le conversaba en ingles. Luis no le entendía palabra alguna. En medio de su frustración desenmascaró su rol de americano y en perfecto español lo mandó a comer mierda. “Salga, salga, salga que ahí está el taxi en la puerta” interrumpió el coyote desde la entrada de la cantina. “El ya sabe que es lo que tiene que hacer”. Sin dudarlo, Luis se subió en el automóvil amarillo y arrancaron dejando una nube de polvo tras ellos.
El Paraíso nocturno se veía limpio, plano. Cielo cubierto por de estrellas. Solo se escuchaba el rumor del taxi y el cantar de las criaturas de la noche. Todo muy tranquilo. Era diferente a lo que se ve en su patria por donde la cadena montañosa se abre paso hasta desde Argentina hasta Venezuela. Iban casi a 120 kilómetros por hora. La brisa cálida que entraba por la ventana refrescaban los pensamientos de Luis. Pensó en su madre. Debe estar preocupada. Apenas tenga la oportunidad le pedirá a Pablo que le ayude a llamarla. “Luis, ¡la patrulla!” dijo el taxista. En el retrovisor se veían los destellos azul y rojo que se acercaban con gran velocidad.  Eran casi las dos de la madrugada. Llevaban medio camino hacia Tucson Arizona. A esa hora tan tarde, no hay trafico, por lo que la patrulla fronteriza chequea todos los carros. Ese fue el error. Luis sintió mas rabia que nervios. No Llegaría a Estados Unidos  pensó en tirarse del taxi en movimiento y huir, pero podría hacerse daño o matarse. La patrulla los alcanzó y el taxi se detuvo. El policía se acerco. Vio a Luis. Ojos claros. Pelo Rubio. ¿Americano?. “Were are you going?”. Silencio... “So, the tough man ain't gonna answer?” Luis guardó silencio. Habló de nuevo. Nada. Luis no entendía nada. Horror. Miró al taxista. “Quiere que te bajes!“. – Mierda, mierda, mierda! habría podido hacerme el borracho y pasar derecho; pero ya era muy tarde – . Lo esposan y lo monta en la patrulla.  El patrullero le pregunta en español que si ya le había pagado al taxista. No, respondió. Si contradijo el taxista. “Devuélvele el dinero” le dijo el policía. – “¿acaso él trabaja de gratis? Seamos justos” – dice Luis  “Que me regrese sólo la mitad”. “¿De dónde eres?” le preguntó el patrullero chicano. – “Soy Mexicano.” – Mintió. El sonido seco de la puerta cerrándose lo aturde. La patrulla se enciende y regresan sobre el camino que Luis ya había recorrido.

[1] Quedar gringo: cuando no se ha entendido nada.
Retornan a la base en la frontera donde estaba la malla. Estaba llena de policías gringos que limpiaban sus armas. Entran a la una oficina de control de migración, donde habían unos fronterizos. El patrullero chicano les dice a ellos en ingles que les traía un indocumentado. Los uniformados llevan por un corredor estrecho y entran a una pequeña celda, decorada con un calendario de antaño una mesa y un par de sillas.  Empezaron  a hacerle preguntas a Luis en ingles. El chicano traducía. “¿Quien lo pasó a usted?” Preguntaron. – “Me pasé solo. Crucé las garitas caminando.”– Continuó inventando “Habían unos camiones de carga que estaban chequeando, seguro por eso no me pararon. Pensé que no habría problema y seguí hasta el bar, donde cogí el taxi hasta Tucson. Todo está legal.”  El patrullero chicano coge la billetera de Luis y encuentra unos verdes y un billete hecho nudo. Un amuleto de la “mala” suerte: un peso colombiano anudado de forma especial para atar la fortuna. “Shit!” grita el patrullero chicano y azota la billetera contra la mesa. –“Soy colombiano y ¿qué? ¿Qué tiene de malo?” – Para esa época, la fama los narcotraficantes Pablo Escobar y los Ochoa apenas si cruzaba fronteras. Los policías lo desnudan y requisan sus pertenencias. Querían cerciorarse de que no llevase coca. Lo hacen agacharse y toser (De esta forma saldría cualquier cosa que tuviese escondida en el recto) “He’s clean”. Lo agarran y lo arrojan a una celda.
La noche fue larga. Luis no logró dormir nada. Se sentía como un ave enjaulada cuyas alas habían sido cortadas. Solo veía como su anhelado sueño americano, estaba troncado por las rejas. Lo frustraba volver a Colombia derrotado. Escuchó unos pasos detenerse frente a su celda. Era el patrullero chicano. “Te vas para el bote[1]. Luis tardó mas en reaccionar que lo que demoraron en subirlo a la patrulla dirigiéndose sorpresivamente  al norte.

Lo llevaron mas adentro de los Estados Unidos a una cárcel  de migración en Arizona. Se tomó una semana para que saliera libre después de que Pablo pagara la fianza. Luis dijo a las autoridades gringas que regresaría a Colombia. Mintió, por supuesto. En la belleza del Paraíso encontró la entrada al fantástico mundo del Sueño Americano.

[1] Término para referirse a la cárcel en México.
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